El propietario de la modesta tienda de electrodomésticos levanta la persiana de su negocio a las diez menos cuarto de la mañana. Enciende las luces, desconecta la alarma y vuelve a bajar la persiana para impedir la entrada de los clientes, pues la tienda no abre al público hasta las diez. Barre el suelo y limpia con un trapo las huellas dactilares que ensucian las pantallas de plasma. Caga mientras ojea el periódico en el diminuto baño del fondo. Consulta su reloj de pulsera. Observa cómo una de las lavadoras se pone en marcha mágicamente y contempla, a través del cristal circular, un objeto que da vueltas zarandeado por el agua y las sacudidas del tambor. El propietario de la tienda interrumpe el programa y extrae el objeto de la lavadora. Es una camiseta de pijama, con rayas azules y blancas. La camiseta del pijama de un niño de cinco años. Son las diez menos tres minutos. Se empiezan a escuchar llantos infantiles en el interior de un lavavajillas. El propietario sostiene la camiseta mojada en sus manos mientras el miedo le araña las paredes del cráneo. Alguien golpea la persiana con insistencia. Faltan dos minutos para las diez en punto.
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2 comentarios:
Ha ha ha, gracias por haber asistido, después del Ultrashow apenas pude saludar a nadie porque me reclamaban para grabar unos planos accesorios.
Cuando salimos del teatro la calle estaba vacía, sólo había un señor de la revista Vice con una gorra de visera. Una gorra de visera gigante.
Veo que en esta última idea el niño aún vive, aún queda una esperanza de futuro ¿estamos ante el Hongos más humanista?
Joder, tendría que haber matado a ese puto crío.
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