lunes, 20 de septiembre de 2010

VISIÓN NOCTURNA

La pantalla del ordenador muestra a la vez y a tiempo real todo lo que no está sucediendo en su casa. Las seis cámaras de vigilancia espían desde sus seis respectivos rincones. Parecen solo imágenes estáticas, pero el dispositivo que vigila la entrada en el exterior recoge de un modo fragmentado las convulsiones de las hojas de los árboles, balanceándose bajo el peso de la lluvia.
Cubierto por un batín sin anudar, contempla la quietud de las habitaciones vacías, que brillan con tonos verdosos como si todos los objetos que contienen estuviesen cargados de radioactividad. La cocina, el cuarto de juego de los niños, el coche de importación a buen recaudo en el garage.
Doble click en el último recuadro inferior y ahora la imagen del salón ocupa toda la pantalla. Allí está él, de espaldas a la cámara, encorvado sobre el ordenador como un objeto más de la estancia. La calidad de grabación le permite ver en su pantalla real los detalles de la pantalla filmada. Pasan los minutos, las horas. Y empieza a darse cuenta de las sutiles diferencias.

viernes, 3 de septiembre de 2010

SOLO

Entras en el ascensor y dejas escapar un horrible pedo que te estaba estrangulando las tripas. Has esperado a que se cierren las puertas, has previsto que el motor y las cadenas camuflen el estruendo que provoca la ráfaga de metano caliente saliendo en tromba por el ano. Es un ascensor pequeño y bien iluminado, sin espejos. Dejas caer los párpados mientras disfrutas de la sensación de alivio y escuchas cómo alguien carraspea a tu lado. No estás solo. Un señor trajeado que sostiene un portafolios está apoyado en una de las esquinas de la cabina, tan cerca de ti que vuestros codos se rozan. Obviamente, no lo has visto cuando has entrado. Jurarías que allí dentro no había nadie. Recuerdas perfectamente que el ascensor estaba vacío. Pero allí está el señor del portafolios, mirándote con dureza mientras tratas de buscar una explicación lógica a lo que parece una aparición fantasmal. Invadido por la sorpresa y la vergüenza. Decidiendo sin éxito si debes pedir perdón o si debes empezar a vomitar a gritos todo el terror que intenta abrirse paso a través de tu garganta.