miércoles, 29 de diciembre de 2010

ARRANQUES FALLIDOS PARA UN BEST SELLER (Vol. II)


El chófer fuma un cigarrillo junto a la limusina, encogido por el frío. Da vueltas en círculo para generar calor, esconde la cabeza entre las solapas de su abrigo. El coche es de color negro y está completamente abollado. Alguien ha rayado la palabra “Escoria” con un objeto punzante en la puerta del copiloto. Es posible que comience a nevar de un momento a otro.

El chófer se llama Jacob. Lleva la cabeza afeitada al cero y usa unas gafas de sol de diseño imposible. Hace solo dos meses que aprendió a conducir. Durante varios años, Jacob trabajó en un musical titulado “Sodoma” en el que interpretaba a una especie de arcángel de estética punk. Allí conoció a Renata, con la que contrajo matrimonio por medio de un rito balcánico sin validez legal.

Jacob no sabe si Renata sigue viva.

Han pasado veinte minutos desde que aparcó la limusina frente a la puerta principal de Pueblo Dorado, un lujoso complejo de edificios rodeado por un muro de hormigón ligeramente inclinado hacia el exterior. Dos agentes con armaduras de caucho reforzado sostienen sendos bastones eléctricos junto a la garita de la entrada. Uno de ellos sufre un curioso tic que consiste en propinar un cabezazo violento a la nada cada diez segundos aproximadamente. Jacob lanza el cigarrillo aún encendido a los bajos de la limusina cuando el prestigioso mentalista Igor Dreyer aparece con una expresión fúnebre pintada en la cara.

-Buenos días, señor D. –dice Jacob mientras abre la puerta trasera para que su pasajero se acomode en el interior.

Antes de arrancar el vehículo, Jacob envía con disimulo el mensaje de texto que previamente ha guardado en la carpeta “borradores” de su teléfono móvil.

“El tigre está en la jaula”.

viernes, 24 de diciembre de 2010

CUADRANTES


Los dos hombres rastrean el fondo de la charca con sendas varas de madera. Caminan lentamente, con el agua hasta sus rodillas, moviendo de un lado al otro sus palos como dos ciegos que intuyen la proximidad de un obstáculo. La luz del atardecer comprime el silencio y lo vuelve insoportable. Los hombres avanzan dejando a sus espaldas huellas vivas sobre la superficie.

Otto no conoce el nombre de su compañero, nadie les ha presentado. Les han entregado las varas y asignado el cuadrante. Otto observa de reojo a su pareja y se pregunta qué hace en un lugar como este un viejo que debería estar postrado en una cama. Un viejo con gorra y pantalones de camuflaje, un cigarrillo casi consumido entre los labios.

-Un cadáver, supongo –dice el anciano.

-¿Disculpe?

-Quiero decir que lo más probable es que se trate de un cadáver –el viejo se detiene mientras aparta con su mano libre a las moscas que tratan de lamer su sudor.- Y no me llames de usted. Me hace sentir importante.

-Lo siento –responde Otto con una sonrisa.

Un grito fragmentado en cientos de ecos llega desde el horizonte. “¡E-4 limpia!”. El viejo deja caer la colilla al agua y continúan la marcha.

-Por cierto, me llamo Otto. Es mi primer día –dice el joven.

Su compañero tarda unos segundos en abrir la boca.

-Aquí siempre es el primer día.

Después escupe sobre la superficie, con esa mezcla de solemnidad y despreocupación que solo puede resultar creíble en el cine americano.

sábado, 18 de diciembre de 2010

JULIO IGLESIAS

El cantante Julio Iglesias se ve envuelto en una especie de buena acción navideña perpetrada por una ONG que ha contactado con su representante. Convencido por su esposa y por los beneficios promocionales que le pueden otorgar dicha acción, Julio ha decidido compartir una fría madrugada de Diciembre con un grupo de homeless que suele pernoctar en la Gran Vía madrileña. Toda la experiencia será recogida en video por el propio cantante, al que proveen de una pequeña cámara digital de sencillo manejo. A pesar de los riesgos que conlleva la magistral jugada de marketing, el señor Iglesias ha renunciado firmemente a cualquier tipo de escolta o vigilancia. Quiere involucrarse en una aventura auténtica, una experiencia libre de contaminación protocolaria. A las ocho de la mañana, una furgoneta de la productora que editará y distribuirá el video se presenta en el lugar donde Julio ha pasado la noche. Pero no hay ni rastro del cantante. Ni de los mendigos que le acompañaban. Julio Iglesias ha desaparecido. Diez años más tarde su esposa recibe un sobre marrón que contiene un CD con 12 pistas. En el sobre no figura ningún remitente. El compacto recoge cortes de una duración aproximada de cinco minutos donde se escucha a un grupo de personas imitando el aullido de una manada de lobos. La calidad de grabación es pésima. El representante y la esposa de Julio Iglesias deciden editar el álbum, convencidos de que Julito es quien está detrás de todo este inquietante asunto. El encargado de diseñar la portada del disco es un joven diseñador gráfico que reside en Miami. El diseñador debe entregar su propuesta en menos de 24 horas. Está sentado frente a una hoja en blanco, con la mente vacía. Los aullidos que brotan de los altavoces parecen maniatar su creatividad poderosamente. No ha recibido ninguna directriz. “Sorpréndenos”, ha sugerido alguien. El foco de la historia cae con todo su peso sobre este joven y su incapacidad para plasmar algo coherente que refleje todo el background del álbum.