Un matrimonio de ancianitos con la ropa manchada de excrementos. Dos personas adorables deambulando por la acera, impregnadas de mierda, tratando de
balbucear algunas palabras. El operario del ayuntamiento explicando al borde del llanto que la tubería ha reventado, que no es culpa suya, que lo siente en
el alma. Un conducto de aguas fecales que ha eyaculado su lefa putrefacta sobre los dos viejos. Mierda humana salpicando las gafas del pobre abuelito, mierda y más mierda incrustada en su rebeca, resbalando por su bastón. Y el matrimonio con el rostro enfocado al vacío, como si la suciedad que cubre sus ropas flotase en otra dimensión. Cada viejecito desorientado en su propio hoyo de confusión, incapaces los dos de cuidar el uno del otro.
-Venimos del médico -dice la anciana.
Y su frase suena como la destilación del lamento más amargo del mundo. Venimos del médico. Y lo peor vendrá después; cada uno en un borde la cama, despojándose de sus prendas inservibles con la lentitud que precede a la muerte.
Veinte veces tristeza.
balbucear algunas palabras. El operario del ayuntamiento explicando al borde del llanto que la tubería ha reventado, que no es culpa suya, que lo siente en
el alma. Un conducto de aguas fecales que ha eyaculado su lefa putrefacta sobre los dos viejos. Mierda humana salpicando las gafas del pobre abuelito, mierda y más mierda incrustada en su rebeca, resbalando por su bastón. Y el matrimonio con el rostro enfocado al vacío, como si la suciedad que cubre sus ropas flotase en otra dimensión. Cada viejecito desorientado en su propio hoyo de confusión, incapaces los dos de cuidar el uno del otro.
-Venimos del médico -dice la anciana.
Y su frase suena como la destilación del lamento más amargo del mundo. Venimos del médico. Y lo peor vendrá después; cada uno en un borde la cama, despojándose de sus prendas inservibles con la lentitud que precede a la muerte.
Veinte veces tristeza.