Contratan a un mago para que amenice la fiesta de cumpleaños del pequeño de la casa. Es el tipo de cosas que hacen las familias de clase media-alta: contratar a un mago, o a un payaso, o a un DJ especializado en música infantil. Incluso montan un pequeño escenario en el jardín, con una torre de luces de colores y unas cortinas de terciopelo rojo.
No hablamos de un mago de renombre. Es solo un joven estudiante que saca un dinerillo extra dedicando los fines de semana a rentabilizar su pasión por la magia. Y es un trabajo realmente agradecido. Los niños siempre se lo pasan como putos enanos.
El último número de la función suele ser el Número de Baúl. El mago arrastra un gran baúl hasta el centro del escenario y pide un voluntario. La mayoría de las veces es el propio cumpleañero quien sube a la palestra. El mago invita al niño a introducirse en el baúl y cierra la tapa. Cuenta hasta diez y vuelca el baúl de un empujón. La tapa se abre. Dentro de él hay un conejo blanco. Aplausos. El niño aparece tras la cortina de terciopelo rojo. Más aplausos. Sus amigos insisten para que les desvele el truco.
Pero esta vez algo sale mal. O demasiado bien. El niño no está tras las cortinas, ni debajo del escenario. Realmente da la impresión de que el niño se ha convertido en un conejo blanco. Los padres llaman a la policía, a los bomberos. Se peina toda la urbanización, se desmonta el escenario minuciosamente. El mago está tan aturdido y asustado que inmediatamente se le descarta como sospechoso. Responde al borde de las lágrimas a las preguntas de los agentes.
Días más tarde, la madre sale a fumar un cigarrillo al jardín. Está totalmente sedada y rota por el dolor. Descubre la presencia del conejo blanco, que mastica briznas de hierba junto a unos arbustos. Nadie se acordó de él tras la fiesta y, por lo visto, se ha quedado deambulando en el jardín. La madre lo recoge y se lo lleva al regazo. El conejo será el eje de todo el teatro de locura materna que está por venir.
No hablamos de un mago de renombre. Es solo un joven estudiante que saca un dinerillo extra dedicando los fines de semana a rentabilizar su pasión por la magia. Y es un trabajo realmente agradecido. Los niños siempre se lo pasan como putos enanos.
El último número de la función suele ser el Número de Baúl. El mago arrastra un gran baúl hasta el centro del escenario y pide un voluntario. La mayoría de las veces es el propio cumpleañero quien sube a la palestra. El mago invita al niño a introducirse en el baúl y cierra la tapa. Cuenta hasta diez y vuelca el baúl de un empujón. La tapa se abre. Dentro de él hay un conejo blanco. Aplausos. El niño aparece tras la cortina de terciopelo rojo. Más aplausos. Sus amigos insisten para que les desvele el truco.
Pero esta vez algo sale mal. O demasiado bien. El niño no está tras las cortinas, ni debajo del escenario. Realmente da la impresión de que el niño se ha convertido en un conejo blanco. Los padres llaman a la policía, a los bomberos. Se peina toda la urbanización, se desmonta el escenario minuciosamente. El mago está tan aturdido y asustado que inmediatamente se le descarta como sospechoso. Responde al borde de las lágrimas a las preguntas de los agentes.
Días más tarde, la madre sale a fumar un cigarrillo al jardín. Está totalmente sedada y rota por el dolor. Descubre la presencia del conejo blanco, que mastica briznas de hierba junto a unos arbustos. Nadie se acordó de él tras la fiesta y, por lo visto, se ha quedado deambulando en el jardín. La madre lo recoge y se lo lleva al regazo. El conejo será el eje de todo el teatro de locura materna que está por venir.
4 comentarios:
ostia, vaya zapatazo de final. bravo.
Las pulsaciones de Quásar se hacen notar en el blog de Hongos.
Muy fino el final, trabajo de ebanista.
"Locura materna". Veo un pleonasmo en esa frase.
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