lunes, 23 de agosto de 2010

AGUA

Te quedas a dormir en casa de un amigo. Tienes once años. A eso de las cuatro de la madrugada te despiertas con una sed apremiante y bajas a la cocina porque recuerdas esa jarra de agua fresca que has visto antes en la nevera. Tienes que bajar los escalones a ciegas, no quieres encender la luz porque temes despertar a alguien. Es una de esas casas enormes de dos plantas decorada con objetos caros y exóticos procedentes de distintas partes del mundo. El padre de tu amigo es capitán de barco y pasa meses y meses fuera de casa. Aunque jamás lo has visto personalmente, conoces su aspecto gracias al gigantesco retrato al óleo que cuelga sobre la chimenea. Es un señor de porte atlético, rubio, el rostro tenso y fibrado, una frente curtida por el sol, ojos azules. Mientras cruzas el salón de puntillas, alguien abre la puerta principal y enciende las luces. Quedas expuesto. Un tipo vestido con un uniforme blanco idéntico al del cuadro acaba de llegar a casa. Sostiene una gorra de capitán en una de sus manos y una bolsa de deporte en la otra. Ambos os quedáis paralizados y os miráis a los ojos. Es un señor espectacularmente gordo, tres pueblos más allá de la obesidad mórbida. Y no es rubio. Ni sus ojos son azules. Son de color marrón mierda y te miran de tal modo que no puedes evitar empapar tus pantalones y una preciosa alfombra persa.

5 comentarios:

El Hombre de la Pústula dijo...

El aroma a camarote.

Humbold dijo...

Me he trasladado, he sido ese niño, me he meado, gracias.

Perico Romero dijo...

Muy Salinger esta historia.

(El padre que termina abusando del amigo del hijo por joderle la alfombra. Le viola a disgusto, muy cabreado. Excitarse así)

El Andariego dijo...

A todo el mundo parece escapársele que ese cetáceo no es el padre.

El Hombre de la Pústula dijo...

Esta noche he soñado que Hongos era una mujer, una mujer bien, muy discreta y delicada. Me decía en este sueño que lo de Luis Deltell era otra broma nada más, se reía gorjeando pero sin dejar de cruzar ambas manos sobre las rodillas, en el salón de su chalé de las afueras.

Yo no podía dejar de pensar que esta agradable y sonriente señorita tenía todo Hongos dentro de la cabeza. Toda esa mierda pulcra y bien peinada.

(más tarde había una riada, y le ayudaba a sacar todas sus cosas del sótano para que no se arruinaran, así de hipnotizado me tenía)