Lo último que esperas encontrar cuando te despiertas en mitad de la madrugada y entras a la cocina en busca de un vaso de agua es a un anciano desnudo sentado sobre la encimera. Un viejo en pelotas con gafas de sol y unas rodilleras de patinador. Su pene reposando sobre las migas de pan que han quedado sobre el mármol.
Y, a pesar del sobresalto que casi le hace lanzar el estómago por la boca, Eric reacciona con la calma que otorga el saberse físicamente superior al extraño. Sin encender la luz, le dice al intruso:
-¿Quién es usted?
Lo dice en voz baja, con una mezcla de educación y reproche. Es consciente de que, si despierta a su mujer, la situación se le puede ir de las manos. Por eso Eric prefiere resolverlo de la manera menos dramática posible. Quizás exista una explicación perfectamente lógica.
La luz de luna que irradia la ventana ilumina el cuerpo del anciano. Los pies colgando a varios centímetros del suelo. Su rostro inexpresivo mientras dirige la mirada a los azulejos de la pared.
-Es una cocina muy bonita –dice el viejo.
Eric echa un rápido vistazo al juego de cuchillos que reposa junto al fregadero.
-Nosotros no teníamos cocina –continúa el anciano.- No la necesitábamos.
-¿Qué quiere de mí? ¿Dónde está... su ropa?
El viejo se pone a llorar.
-Dormíamos en plena selva –solloza el anciano mientras se saca las gafas a la vez que se iluminan las dos bombillas de luz cegadora que tiene insertadas en las cuencas oculares.- Descansábamos al raso, con todas esas bestias salvajes merodeando a nuestro alrededor....
Eric se abalanza sobre los cuchillos de la encimera, pero resbala con torpeza. Su frente impacta contra el borde de mármol y de su cráneo brota un crujido seco, como de madera vieja.
Eric en el suelo, rodeado de un charco de sangre en expansión. El anciano desnudo iluminando el cadáver con los haces de luz que escupen sus ojos. La esposa recorriendo la oscuridad del pasillo, camino de la cocina.
Y, a pesar del sobresalto que casi le hace lanzar el estómago por la boca, Eric reacciona con la calma que otorga el saberse físicamente superior al extraño. Sin encender la luz, le dice al intruso:
-¿Quién es usted?
Lo dice en voz baja, con una mezcla de educación y reproche. Es consciente de que, si despierta a su mujer, la situación se le puede ir de las manos. Por eso Eric prefiere resolverlo de la manera menos dramática posible. Quizás exista una explicación perfectamente lógica.
La luz de luna que irradia la ventana ilumina el cuerpo del anciano. Los pies colgando a varios centímetros del suelo. Su rostro inexpresivo mientras dirige la mirada a los azulejos de la pared.
-Es una cocina muy bonita –dice el viejo.
Eric echa un rápido vistazo al juego de cuchillos que reposa junto al fregadero.
-Nosotros no teníamos cocina –continúa el anciano.- No la necesitábamos.
-¿Qué quiere de mí? ¿Dónde está... su ropa?
El viejo se pone a llorar.
-Dormíamos en plena selva –solloza el anciano mientras se saca las gafas a la vez que se iluminan las dos bombillas de luz cegadora que tiene insertadas en las cuencas oculares.- Descansábamos al raso, con todas esas bestias salvajes merodeando a nuestro alrededor....
Eric se abalanza sobre los cuchillos de la encimera, pero resbala con torpeza. Su frente impacta contra el borde de mármol y de su cráneo brota un crujido seco, como de madera vieja.
Eric en el suelo, rodeado de un charco de sangre en expansión. El anciano desnudo iluminando el cadáver con los haces de luz que escupen sus ojos. La esposa recorriendo la oscuridad del pasillo, camino de la cocina.
3 comentarios:
Tremenda imagen la del pene del anciano entre las migas de la encimera. Tengo los pelos como escarpias...
Muy bien, muy bien.
¿40 ó 60 vatios?
60, probablemente.
Publicar un comentario