Una productora de contenido pornográfico para internet rueda una escena del género bukkake. Siete hombres, todos ellos con terroríficas máscaras africanas, rodean a una preciosa joven que, arrodillada, espera con fingida impaciencia la descarga de un torrente de semen qué caerá como lluvia tóxica sobre su pelo, su boca, sus hombros blancos y huesudos. Hay sudor, hay ventiladores fuera de plano. Los siete hombres se masturban furiosamente sin dejar de apuntar al rostro de la muchacha. El siete es deliberadamente elegido como un número mágico que, junto a las máscaras y la evidente humillación que destila el acto, enriquecerá a la escena con una pátina de simbolismo que hace las delicias del director. El primer hombre se corre. Su máscara sonríe y dispara odio en estado puro a todo aquel que la mira. El primer hombre se corre pero su chorro espeso y descontrolado impacta contra el muslo de uno de sus compañeros. Las manos dejan de agitarse, hay gritos, la chica gatea asustada hacia el rincón del estudio. Los hombres se enzarzan en una brutal pelea mientras las cámaras siguen filmando. Alguien grita “¡corten!” y después recibe un puñetazo en la mandíbula. La chica se viste rápidamente y abandona el cuarto. Nadie se desprende de su máscara africana. Ni una sola polla deja de estar violentamente empalmada durante el transcurso de la pelea. La chica solloza en el asiento trasero de un taxi mientras mira al infinito a través de la ventanilla. El taxista guarda silencio, finjiendo no haberse dado cuenta de nada.
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1 comentario:
Estalló la guerra civil. Excelso.
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