jueves, 7 de octubre de 2010

LA CATA

El actor está siendo entrevistado en el programa nocturno líder de audiencia. El próximo estreno de su película no está generando la expectación prevista y es necesario hacer un esfuerzo con todo este asunto de la promoción. En un momento determinado de la entrevista, el presentador saca de debajo de su escritorio una copa de vino. Informa al público del plató acerca de la pasión por la enología de la que siempre ha alardeado el actor.

-Sabemos que eres un enamorado de los buenos caldos. Te voy a pedir que nos muestres tus dotes de sumiller. Cata este vino y danos tu opinión.

El actor coge la copa. Observa el líquido a través del cristal y la agita. Después mete en ella su nariz y, tras aspirar profundamente, da un pequeño sorbo. El público guarda silencio, la banda del programa toca una suave melodía con tintes de jazz.

El actor cierra los ojos. No tiene ni zorra idea de qué decir acerca del vino. Podría ser un Albariño o veneno puro de garrafa. Su “pasión por la enología” se reduce a la lectura de un par de manuales prestados. Pero no se puede arriesgar. Sabe que el presentador del programa tiende a bromear con los invitados y es probable que le estén tendiendo una trampa. Quizás planean rematar su pedante veredicto mostrando un brick de mala muerte. O quizás le han puesto delante un estupendo caldo para calificar con toda seriedad sus dotes como catador. ¿Qué cojones se supone que tiene que decir? ¿Debe tomárselo a broma y escupir teatralmente el líquido de vuelta a la copa? Durante unos instantes se le cruza por la mente la posibilidad de ser honesto, de decir “Mira, en realidad no tengo ni puta idea de enología. No soy capaz de distinguir entre un Borgoña y un vinagre barato. Si tuviese que ganarme la vida con esto, me comería los mocos. Por eso soy actor, y no experto en vinos”. Pero la estrategia se desvanece cuando se da cuenta de que el presentador y el público se están impacientando.

-¿Es tan delicioso que te ha dejado sin palabras?

Risas. El cerebro del actor suda sangre. Debe de haber alguna frase ingeniosa que le ayude a salir del paso. Un comentario ambiguo que encierre todas las posibilidades. Algo que no le haga quedar en ridículo sea cual sea la solución al misterio. Solo se trata de una combinación de palabras. Vamos, habla. Esto está dejando de ser gracioso. La respuesta está ahí, escondida en algún rincón de esa maraña de pensamientos que parece a punto de enterrarte.